CHILPAYATE Dramaturgia y dirección: Richard Viqueria
Compañía Titular de Teatro CCU-BUAP, Puebla.
Los Chicos. Anecdotario
Cuando vi Chilpayate pensé, por fin tendré oportunidad de dar a conocer esta anécdota. Hace dos años, ya por noviembre. Mi hija me pidió que le hiciera un traje de Juan Escutia. Le dije que eso ya había pasado, hasta febrero necesitaría un traje así. Dijo que no, lo quería para el día de muertos: Un “Juan Escutia Zombi”.
Me reí, la imaginaba en pleno zócalo boina cuartelera, uniforme y una tela mal envuelta verde, blanco y rojo. También pude imaginar la indignación de algunos y las fotos y memes resultantes de su “originalidad” en un país donde pocas figuras han quedado para hacer de ellas muertos dignos de homenaje, sobre todo no estereotipados. La idea se quedó en el aire, aún cuando pareciera que la única forma de relacionarnos con la historia es la desmitificación cotidiana que hace del heroísmo una estrategia mercantil para figurar en el mundo.
A Chilpayate no le falta nada. La puesta en escena entra de lleno dentro de las tendencias teatrales con su buena dosis de posmodernidad (yuxtaposición dramatúrgica anti mimético, discontinuo, presentación y no representación de los actores, etc.), en su caso lo subversivo se mantiene dentro de los lindes de “ese otro teatro”, que la mayoría aún espera: una historia, un discurso, una enseñanza… ¿sobre qué?
En esta casa trabajamos al desnudo, favor de abrir los ojos
Hace mucho tiempo el desnudo dejó de ser una perturbación, el mismo tiempo que la censura utilizó para ya no escandalizar sobre los cuerpos mutilados y su integración al paisaje; “naturaleza muerta” que encallada en los ojos ha endurecido los estómagos y las retinas. Por eso, cuando la gente le exige al teatro un desnudo “con sentido”, se vuelve insulso, frente al morbo que aún mostramos ante la imagen de víctimas del narco, los accidentes y el mismísimo maltrato a los animales, los cuales no dejamos de atestiguar.
El inconveniente de los desnudos en el teatro no es el sentido, ni el ¿para qué?, sino la pretendida honestidad que desea mostrarse; como si el actor (y todo ser humano) no hubiera aprendido a conservar algo de su ser íntimo y privado en eso que está más allá de la ropa. El problema de una actoralidad al desnudo es el logro de una sinceridad absoluta que no se pierda con las funciones; convirtiéndose entonces no en una actuación honesta, sino en un actuar la honestidad avalada por un cuerpo sin ropa.
Hace falta entonces la cercanía, la posibilidad de que el espectador involucrado esté siempre a punto de rompernos y romperse con nosotros al penetrar en la escena o atravesar el escenario para abrazar al actor (ese niño que llevamos dentro). Eso que Viqueira ya logró en psicoembutidos pero que acá se pierde ante las distancias que sólo exponen pero que no persuaden… Pienso -Cada trabajo es un trabajo, así que no debería admitir comparaciones, pero no lo evito.
Cada quien su dramaturgia
La puesta en escena no cuaja, dicen algunos, yo observo una yuxtaposición de temas relacionados pero no necesariamente integrados unos a otros, hasta dudaría que esa fuese la intención. La obra no es una totalidad. Hay en ese mundo la historia de ocho actores, una investigación sobre El ponchis (niño sicario), el relato sobre la breve historia del Mini 6 (joven narcotraficante), la imagen de Juan Escutia como niño héroe, la referencia al heroísmo de los niños, sobre todo de las mujeres a través de un vídeo (el de Natalia Lizet en el Congreso de Nuevo león) que ya en su momento acaparó todas las miradas pero que hacía hincapié en los valores y raíces de un México rico en sincretismo y la multiplicidad de etnias.
La idea de los niños atraviesa la obra sin una carga esencial que permita valorar el hecho: la conciencia del poder. Más allá de sicarios o héroes, la confrontación de víctimas o asesinos, sobre todo esta última; asesinos, la responsabilidad social que ello implica y la sanción.
Preguntar ¿En qué momento un niño deja de ser un héroe para convertirse en un asesino? deja de lado el primordial cuestionamiento. ¿En qué momento un niño deja de serlo? Y si aún lo es (como lo maneja “el negro”) ¿en qué momento se toma conciencia del poder y su ejercicio sobre los demás?; esto es, ¿en qué momento el niño se convierte en un ente político (entendiendo por política el arte y la ciencia para convivir) y no sólo en un discurso? Así la puesta por momentos se vuelve maniquea, tejida sobre algunos lugares comunes que dejan entrever recursos escenográficos no explotados en su totalidad y una actriz solitaria que encargada de la música disuelve su presencia en una esquina, disolución que no siempre se agradece.
El maniqueísmo sin embargo, también deja entrever aspectos luminosos; la maduración de sus actores -en el caso de ellas, tal vez por la maternidad y todo lo que desata, en el caso de ellos por el trabajo corporal que arriesga y en el que nos implicamos todos con el todo, ahí, en el proceso, donde el desnudo se vuelve aún más valioso.
El profesionalismo para resolver una puesta en escena en muy poco tiempo e invertir en producciones que poco a poco se reflejan en una actoralidad más sólida y por último, que a diferencia de otros montajes no se observan ya las individualidades, sino el conjunto de una compañía que ha comenzado a buscar además del reconocimiento, la trascendencia.
Chilpayate se ha presentado algunos fines de semana y funciones especiales en el Complejo Cultural Universitario, estén atentos.
Por Animal teatral (Thelma Cuervo)
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